miércoles, 30 de mayo de 2012

Monólogo de un alma...


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El día claramente vislumbra que va a ser hermoso, los aires de ésta mañana son distintos, siento que hoy la vida me va a mostrar nuevos matices y me va a dar nuevas esperanzas, el combate conmigo mismo y con el resto del mundo ha cesado, o eso creo, al menos por un tiempo.

El dolor que aparece de repente en el alma tiene que desvanecerse porque se ha roto mil veces la esperanza y es hora de juntar esos pedazos que están en mi piso y volver al mundo con aires de vencedor, no le puedo dar la victoria al olvido bajo mi propia soledad, tengo que dar mis mejores fuerzas por sobrepasar aquello que me oprime el pecho y que no me deja respirar.

Aunque los recuerdos invaden mi mente, tengo que silenciarlos sin dejarme absorber por ellos, aunque odie las motivaciones baratas, es necesario que ahora mismo despliegue mis mejores tácticas de guerrero, es  momento propicio para que saque las armas que tenía entre  mis montañas de olvido y logre matar ésta  incertidumbre sin cerrar nunca más los ojos. Hace años que le doy la espalda a mi yo, hace tiempo que mis entrañas no se retuercen frente a nada, mis ojos olvidaron  que es llorar y he dado rienda suelta a la dureza del sin-sentido.

Recuerdo un poco mi niñez, todavía tengo en mi memoria cómo el hambre sobrepasaba mis sentidos y lo único que anhelaba era morir. En mi familia fuimos ocho hermanos, cuando me fui quedaron cuatro. Mamá se levantaba todas las mañanas, nos lavaba la cara y nos daba algo de tomar caliente, ella tuvo que sacarnos adelante porque mi papá tuvo que irse, según ella, a un viaje largo; pero siempre decía: “Va a regresar y ese día seremos felices”. Esperé muchos años para que esto pasara pero la vida me dio la respuesta: “¿Aún crees en castillos y en princesas, crees que un caballo alado te va a sacar de ésta selva? ¡Pues no! ¡Despierta!

Pasó el tiempo y  nunca obtuve respuesta a tantas dudas que se pasaban por mi mente, uno a uno mis hermanos fueron desapareciendo y mi madre no tenía para mi corta edad una contestación.

Papá nunca regresó… y al igual que a mis hermanos la muerte había acallado sus libertades y ahora se encontraban presos por sus obras.

 El olvido me alejó de él, hasta aquel día en el que tras el vidrio del féretro, me encontré con  el rostro ya olvidado por las hazañas angustiantes de dolor, reconocí que su nariz la compartía conmigo, que en algo quizá nos parecíamos y que a lo mejor más que la sangre teníamos el mismo corazón. Dediqué mucho de mi tiempo pensando cómo era su rostro, sus manos, su risa, su voz. Y ahora que está ahí, el aire se va, porque mi héroe era de papel.

Corrieron los años y mamá con lágrimas dijo que era hora de irme, sabía que la montaña era mi amiga, pero que yo no quería matar historias ni sentir el último aliento de alguien. Recuerdo esa tarde tan distinta, tan inmóvil esa imagen en mi mente. Me montaron en un caballo y me fui lejos de allí, ese fue el último día que observé el rostro de mamá.

Llegué al rio más absurdo que mis ojos habían visto, tenían a personas atadas con grilletes y sollozaban del frio, del hambre, de la sed. Los jefes riendo contaban sus hazañas como grandes trofeos de las violaciones y matanzas cometidas sin dar señal de arrepentimiento.

Tuve que llorar en las noches para sacar de mi mente aquellas escenas que para mí eran de terror, venían a mí esos sonidos inolvidables y algunas imágenes como el rostro titubeante de esa mujer que se doblegaba frente a mí con la fuerza de un búfalo, me rogó que no lo hiciera, y cuando pasó, su historia se derrumbó. Me quedé mirando cómo sus ojos querían olvidar aquella escena y su alma, aquel recuerdo, pero ya la sangre dejó de correr por sus venas. Me fui de allí con sangre en las manos, en la ropa, en las alas que mi madre forjó en mis entrañas y que no volaban por miedo. Y supe que no quería repetirlo, que yo tenía que traspasar los límites de mi propia realidad.

Hoy tomo la decisión de irme de aquí, de correr  para olvidar, de dejar éste  lugar de hierba húmeda, de impiedad mojada por lo absurdo, de inclemencia nunca silenciada. Escribo en estas hojas con el ánimo de que alguien comprenda, al menos uno, que no siempre se mata con ganas, que no con pocas fuerzas se olvida al temor y no siempre se llora por piedad.

Leí esto y mi alma se consternó, la sangre cubría un poco estas hojas. Sin embargo lo guardé entre mis libros y siempre que lo veo siento que aún allí hay huellas de un alma que salió tras la justicia consigo mismo.

Yoly Coraline.

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