viernes, 27 de abril de 2012

Donde viven los monstruos...




Donde viven los mostruos...


Max es un niño como todos, travieso y bromista. Pero el día en que se puso el traje de lobo su mamá tuvo que mandarlo a la cama "sin cenar", sin embargo las travesuras no terminaron ahí...


El lector  hace una interpretación muy acertada de cada uno de los momentos del cuento, de manera que no deja pasar lo importante y lo que se pensaría que no lo es tanto. El narra con la cadencia, el ritmo, la entonación y la expresión de un lector comprometido con lo que lee, todas estas herramientas configuran una comunicación indirecta que nos ofrece muchas emociones sin necesidad de  que su cuerpo  este presente.

El lector hace énfasis en los momentos necesarios, modula la voz cuando es pertinente  y matiza el sonido dándole color a cada imagen, sin dejar espacio a la duda sino por el contrario hacer de lo que se escucha la mayor aventura, utiliza ese placer del auto reconocimiento ya que introduce en todo el cuento figuras y palabras que reconocemos y que nos brindan mayor entendimiento. En la medida que nos va contando la historia genera tiempos para la observación de esas criaturas que están presentes gracias a un ritmo más lento de la lectura.

Solo con escucharlo vuela la imaginación al rincón del sentido y de la emoción, aflorando  la sensibilidad de las almas infantiles que se sorprenden con un ruido, con una voz, con un suceso contado por el narrador.

En nuestro caso nos ha hecho recordar esos miedos de pequeñas, esos monstruos con grandes, agudas y gruesas garras, ese rugir simbólico de fuerza y ese amigo que dejamos en ocasiones  la imaginación.

Esta lectura no nos dejó espacio para la distracción, nos mantuvo inquietas por seguir. Es una cuento que permite releerse, en momentos recordarlo, es aquella historia que deseamos que muchos conozcan para que vivan una buena experiencia de emociones y creatividad.



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