Donde viven los mostruos...
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El
lector hace una interpretación muy acertada de cada uno de los momentos
del cuento, de manera que no deja pasar lo importante y lo que se pensaría que
no lo es tanto. El narra con la cadencia, el ritmo, la entonación y la
expresión de un lector comprometido con lo que lee, todas estas herramientas
configuran una comunicación indirecta que nos ofrece muchas emociones sin
necesidad de que su cuerpo este presente.
El
lector hace énfasis en los momentos necesarios, modula la voz cuando
es pertinente y matiza el sonido dándole color a cada imagen, sin
dejar espacio a la duda sino por el contrario hacer de lo que se escucha la
mayor aventura, utiliza ese placer del auto reconocimiento ya que introduce en todo
el cuento figuras y palabras que reconocemos y que nos brindan mayor
entendimiento. En la medida que nos va contando la historia genera tiempos para
la observación de esas criaturas que están presentes gracias a un ritmo más
lento de la lectura.
Solo
con escucharlo vuela la imaginación al rincón del sentido y de la emoción, aflorando
la sensibilidad de las almas infantiles que se sorprenden con un ruido,
con una voz, con un suceso contado por el narrador.
En
nuestro caso nos ha hecho recordar esos miedos de pequeñas, esos monstruos con grandes,
agudas y gruesas garras, ese rugir simbólico de fuerza y ese amigo que dejamos
en ocasiones la imaginación.
Esta
lectura no nos dejó espacio para la distracción, nos mantuvo inquietas por
seguir. Es una cuento que permite releerse, en momentos recordarlo, es aquella
historia que deseamos que muchos conozcan para que vivan una buena experiencia
de emociones y creatividad.
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