El día claramente vislumbra que va a ser hermoso, los aires de ésta
mañana son distintos, siento que hoy la vida me va a mostrar nuevos matices y
me va a dar nuevas esperanzas, el combate conmigo mismo y con el resto del
mundo ha cesado, o eso creo, al menos por un tiempo.
El dolor que aparece de repente en el alma tiene que desvanecerse porque
se ha roto mil veces la esperanza y es hora de juntar esos pedazos que están en
mi piso y volver al mundo con aires de vencedor, no le puedo dar la victoria al
olvido bajo mi propia soledad, tengo que dar mis mejores fuerzas por sobrepasar
aquello que me oprime el pecho y que no me deja respirar.
Aunque los recuerdos invaden mi mente, tengo que silenciarlos sin
dejarme absorber por ellos, aunque odie las motivaciones baratas, es necesario
que ahora mismo despliegue mis mejores tácticas de guerrero, es momento propicio para que saque las armas que
tenía entre mis montañas de olvido y
logre matar ésta incertidumbre sin
cerrar nunca más los ojos. Hace años que le doy la espalda a mi yo, hace tiempo
que mis entrañas no se retuercen frente a nada, mis ojos olvidaron que es llorar y he dado rienda suelta a la
dureza del sin-sentido.
Recuerdo un poco mi niñez, todavía tengo en mi memoria cómo el hambre
sobrepasaba mis sentidos y lo único que anhelaba era morir. En mi familia
fuimos ocho hermanos, cuando me fui quedaron cuatro. Mamá se levantaba todas
las mañanas, nos lavaba la cara y nos daba algo de tomar caliente, ella tuvo
que sacarnos adelante porque mi papá tuvo que irse, según ella, a un viaje
largo; pero siempre decía: “Va a regresar y ese día seremos felices”. Esperé
muchos años para que esto pasara pero la vida me dio la respuesta: “¿Aún crees
en castillos y en princesas, crees que un caballo alado te va a sacar de ésta
selva? ¡Pues no! ¡Despierta!
Pasó el tiempo y nunca obtuve
respuesta a tantas dudas que se pasaban por mi mente, uno a uno mis hermanos
fueron desapareciendo y mi madre no tenía para mi corta edad una contestación.
Papá nunca regresó… y al igual que a mis hermanos la muerte había
acallado sus libertades y ahora se encontraban presos por sus obras.
El olvido me alejó de él, hasta
aquel día en el que tras el vidrio del féretro, me encontré con el rostro ya olvidado por las hazañas
angustiantes de dolor, reconocí que su nariz la compartía conmigo, que en algo
quizá nos parecíamos y que a lo mejor más que la sangre teníamos el mismo
corazón. Dediqué mucho de mi tiempo pensando cómo era su rostro, sus manos, su
risa, su voz. Y ahora que está ahí, el aire se va, porque mi héroe era de
papel.
Corrieron los años y mamá con lágrimas dijo que era hora de irme, sabía
que la montaña era mi amiga, pero que yo no quería matar historias ni sentir el
último aliento de alguien. Recuerdo esa tarde tan distinta, tan inmóvil esa imagen
en mi mente. Me montaron en un caballo y me fui lejos de allí, ese fue el
último día que observé el rostro de mamá.
Llegué al rio más absurdo que mis ojos habían visto, tenían a personas
atadas con grilletes y sollozaban del frio, del hambre, de la sed. Los jefes
riendo contaban sus hazañas como grandes trofeos de las violaciones y matanzas
cometidas sin dar señal de arrepentimiento.
Tuve que llorar en las noches para sacar de mi mente aquellas escenas
que para mí eran de terror, venían a mí esos sonidos inolvidables y algunas
imágenes como el rostro titubeante de esa mujer que se doblegaba frente a mí
con la fuerza de un búfalo, me rogó que no lo hiciera, y cuando pasó, su
historia se derrumbó. Me quedé mirando cómo sus ojos querían olvidar aquella escena
y su alma, aquel recuerdo, pero ya la sangre dejó de correr por sus venas. Me
fui de allí con sangre en las manos, en la ropa, en las alas que mi madre forjó
en mis entrañas y que no volaban por miedo. Y supe que no quería repetirlo, que
yo tenía que traspasar los límites de mi propia realidad.
Hoy tomo la decisión de irme de aquí, de correr para olvidar, de dejar éste lugar de hierba húmeda, de impiedad mojada
por lo absurdo, de inclemencia nunca silenciada. Escribo en estas hojas con el
ánimo de que alguien comprenda, al menos uno, que no siempre se mata con ganas,
que no con pocas fuerzas se olvida al temor y no siempre se llora por piedad.
Leí esto y mi alma se consternó, la sangre cubría un poco estas hojas.
Sin embargo lo guardé entre mis libros y siempre que lo veo siento que aún allí
hay huellas de un alma que salió tras la justicia consigo mismo.
Yoly Coraline.
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